jueves, 18 de octubre de 2018

"El viejo sastre" - Lourdes Vicente


Hace unos  años que escribí este cuentecillo. 
Hoy he querido que vea  la luz.  


 cuentos para desperezar el alma
                                                                        



    
El viejo sastre.


Cuando se despertó aquella fría mañana, sintió un tirón seco en la piel. Saltó apresuradamente de la cama y se plantó ante el espejo dispuesto a observarse detenidamente. Lo hacía a diario.

Desnudo, ante el cristal, rememoraba en su piel algunos momentos vividos. Tenía el cuerpo lleno de cicatrices, algunas tan recientes que aún eran muy visibles.

Bajo el abdomen descubrió una hebra de hilo suelta. Un descosido. Otra vez. La sangre, de un rojo intenso, dibujaba un camino en su piel hacia el suelo. Había empleado mucho tiempo en coserse esa herida. Y lo había hecho a conciencia. A solas. Como siempre. Esa herida era honda y profundamente dolorosa. Bordaría la piel si era necesario. Parchearía con otra piel. Cualquier remiendo. Había que amordazar el sufrimiento.

Enhebró una aguja y estirando los bordes de piel empezó a coser la herida con sumo cuidado hasta que la dejó totalmente cerrada. Una tintura aplicada suavemente con un pincel terminaba de secar la humedad y ocultaba someramente los puntos.

De nuevo se contempló de arriba abajo desnudo. Se acarició todas sus cicatrices y se vistió para salir.

Anduvo un par de manzanas y se adentró en el parque. Caminó por una vereda de árboles grandes hasta que decidió sentarse en un banco, en un abrigado rincón.

Una mujer, sentada en el suelo, se retiraba un guante y descubría su mano al sol. Recogió saliva con el dedo índice y la deslizó sobre una llaga abierta que asomaba en la palma de la mano. Una lágrima transparente trazaba un camino mejilla abajo arrastrando el negro rímel del ojo. El dolor siempre deja rastro.

El viejo sastre la contemplaba atento.
“Las heridas que no se ven son las más profundas.” – musitó el viejo sastre para sí recordando una cita que aprendió mucho tiempo atrás.

El sol calentaba generosamente. Levantó la cabeza y buscó el calor en su rostro. Pensaba disfrutar de un buen día. Nada ni nadie se lo impediría.Ni siquiera las heridas del alma.



lourdes vicente

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