A mis alumnos, desde el corazón.
Hoy os he escrito un cuento corto. Ese
es el regalo que quería haceros de despedida. Va dirigido a ese niño que
lleváis dentro. Al que vino un día y aún no se ha ido.
Va por vosotros. Va de cuento.
“Aquella tarde el niño anduvo vagando solo por el bosque.
Cabizbajo y meditabundo. Triste y solitario. No quería hablar con nadie. Ni ver
a nadie. Sólo quería estar solo.
Pasó horas caminando en círculo, haciendo el mismo recorrido,
hora tras hora. Cuando llegó a la orilla del lago estaba exhausto. Se quedó
mirando el agua, de un azul transparente, y comenzó a llorar. Ese era uno de esos
días en que uno siente que todo sale mal. Llevaba ya varios días así.
Un movimiento en las apacibles aguas lo atrajo hasta la orilla.
Con la mano rozó el agua y se vio reflejado en ella como cuando uno se mira en
un espejo. Pero la imagen de sí mismo reflejada en el agua sonreía. Él no. Se
quedó contemplándose a sí mismo.
-
Estás malgastando tus latidos – le susurró la imagen – Viniste
al mundo cargado de palabras y latidos que
desperdicias inútilmente. De seguir así pronto quedarás mudo y dejarás de
sentir.
Si regalaras palabras
amables y no ahogaras tus latidos en cosas que no merecen la pena multiplicarías tus palabras y tus latidos y
serías enormemente rico.
El niño posó nuevamente un dedo en la imagen y enturbió el agua.
La imagen había desaparecido por completo. Sus lágrimas y su tristeza también.
”
Cuento contado, cuento acabado.
Mucha suerte a los que os vais y más
ánimo a los que os quedáis.
Yo también me quedo.
Lourdes
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