Una fotografía no podrá devolverme todo lo que fue.
Ésta, tomada hace 21 años, durante la Nochebuena de 2003, parece un cuadro de mi vida. Qué ternura, mis pequeños de entonces, bajo unas alas improvisadas. Aquel tiempo, eterno, ya no.
Hace años que no celebramos la Nochebuena allí, ni siquiera la celebramos todos juntos ya. Ni somos ni estamos los mismos. Al águila de cristal también se le cayeron las alas, tan pesadas eran.
Sobre ese sillón mi padre se hizo silencio. Mi madre y yo tuvimos que arrastrarlo sobre una manta hasta la habitación para tumbarlo en la cama. A las pocas horas murió, 37 años ya. Mi madre le ha sobrevivido otra vida.
Mi padre coleccionaba objetos. Mi madre, recuerdos. De los dos hay en la foto. No quiero pensar en lo que debe ser vaciar la casa de los padres. Qué orfandad.
Cada uno es parte del tejido de lo que fue y de los naufragios que el mar va trayendo.
Cómo no leer la luz de aquellas velas.
Lourdes Vicente