sábado, 9 de agosto de 2014

"Una buena guiri ha de estar dispuesta a todo." Lourdes Vicente



Una buena "guiri" ha de estar dispuesta a todo.


Esta es otra de mis historias basadas en hechos reales.
Otra historia de esas que surgen así, sin más. Un día cualquiera. Hoy, por ejemplo.

Hoy, mientras visitaba el Blarney Castle en Irlanda, me preguntaba de dónde provendría la palabra “guiri” que tan coloquialmente utilizamos en español para referirnos a determinados  extranjeros cuando visitan nuestro país.
Satisfaciendo mi curiosidad he descubierto que es un término de origen vasco (Guiristino) que servía para designar a los partidarios –al parecer más innovadores- de la reina Cristina durante la primera guerra carlista. Y de “guiristino” se pasó a “guiri”, para abreviar. Fácil.

Hay que admitir que todos somos “guiris” de vez en cuando. Basta con salir de casa. Hoy yo también he tenido mi momento “guiri”. Uno más.
La primera sensación que tienes de ser una “guiri” auténtica te sobreviene cuando aparcas en el parking de un castillo y te encuentras autobuses, coches, toilets, gift shops y coffee shops por todas partes. Todo dispuesto para que no te falte de nada. A veces, incluso, merece la pena quedarse a tomar un café y olvidarse del resto. Y te preguntas cómo es posible que los demás hayan llegado hasta allí si la idea era tuya.

El Blarney Castle  es una fortaleza medieval del siglo XIII. Un folleto indicaba que es “the home of the Blarney Stone”. Pues parece que hay “una piedra” que no es como las demás  - he pensado yo. Como quien descubre algo de interés.
Envuelta en un ir y venir de “guiris” me he visto empujada a recorrer una angosta escalera de caracol, de peldaños de piedra, en fila de uno que conducía a la azotea del castillo. Desde allí se prometían inmejorables vistas que yo con mi vértigo sabía ya que no iba a disfrutar. Antes al contrario. Pero una buena “guiri” ha de estar dispuesta a todo. Y además hay que amortizar la entrada.
Cuando he llegado a la primera azotea ya he visto que una escalera conducía a una segunda, más alta, y  he parado negándome el no-placer de subir. Así he permanecido un rato asida con las uñas a las rocas y dejando pasar a los que venían detrás, esperando el momento de volver a bajar por la misma escalera y salir victoriosa de mi personal hazaña. Ha sido entonces cuando una señora mayor me ha indicado que la escalera de bajada era otra y que se accedía desde la azotea superior que, en ese momento, era ya mi destino inevitable.
Al subir, concentrada en asirme a cualquier cuerda o verja que estuviera al alcance de mi mano, me he visto de nuevo en fila transitando por un estrecho pasillo que a la derecha ofrecía lo que yo no quería ver y a izquierda daba a un patio interior de cierta altura. Yo bastante tenía con mirar hacia delante.

De repente, ante mí la he visto.

La señora que caminaba delante de mí se ha tumbado al suelo en posición de cúbito supino. Un hombre agarraba sus carnes arrastrándola hacia el extremo en que sus hombros y cabeza se suspendían en el vacío y ella se asía a dos tiradores de hierro anclados en la piedra. Así hasta que se desciende la cabeza y se besa “la piedra”. Mientras, otro hombre, encapuchado, a la izquierda, apretaba un botón y capturaba en una instantánea la mirada de pavor de la temeraria.  Después le era entregada una  pegatina para recoger la foto a la entrada del castillo abonando la nimia cantidad de 10 euros. Su amiga, mientras tanto, le hacía una foto con su móvil, quizás la última foto de su vida. Qué amiga …


Mientras yo -asida a todo lo que no se movía- pensaba qué necesidad había de todo aquello, el “fotógrafo” gritaba -“next”. Yo, evidentemente, no iba a ser la siguiente- además llevaba los labios pintados de rojo y hubiera infectado a todo el mundo- así que, he saltado por encima de las zapatillas de color rosa de la suicida e, intentando no vomitarle encima, he emprendido la huida escaleras abajo.

¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí nunca nada así? ¡Una piedra que dota con el don de la elocuencia a quien la besa! La gente se lo cree. O qué sé yo. Pero se hace caja.  Y todo ello  pese a que he leído hasta cinco leyendas distintas del origen de “la piedra de la elocuencia”. Incluso ha dado origen al término inglés “blarney” (labia, adulación, lisonja). Una pena no ser tan lista. Tendré que seguir discutiendo con mis colegas sobre” incompetencias básicas” cuando llegue el mes de septiembre. Qué rabia.

Francamente, ha sido salir del castillo y sentirme arrebatada por unas terribles ganas de escribir. Eso sin besar “la piedra” de las narices. No quiero pensar qué me habría pasado de haberlo hecho. Lo peor es que El Libro Guiness dice que besar “la piedra” es una de las 100 cosas que hay que hacer antes de morirse. ¿Y ahora qué?

Mira que si tiene poderes y me los he perdido...

lourdes

Irlanda, 8 de agosto de 2014

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